Dejándonos rozar por la Vida: mindfulness con género

Hay muchas maneras de vivir, de eso no hay duda, sin embargo, podríamos jugar a hacer una dicotomía entre la manera de vivir que deja que la Vida le roce y aquella en la que no. 

Si elegimos vivir dejándonos rozar por la Vida, elegiremos estar presentes en cada momento, permitiremos que la vida que se despliega en cada instante nos roce y nos transforme. 

La Vida tiene muchas maneras de rozarnos si prestamos atención. Nos roza y acaricia con un rayo de sol, cuando lo sentimos calentar la piel. Nos roza el contacto suave del aire, el olor que desprenden las plantas y las flores y la sonrisa que se cruza contigo al salir a la calle. Nos roza una mirada cómplice de alguien desconocido, y nos roza, si estamos presentes, el contacto con otro ser vivo, una mirada gatuna o perruna, o una carrera alocada a nuestro lado,  incluso el silencio. 

Cuando nos dejamos rozar por la Vida, estamos presentes, no buscamos grandes momentos que nos impacten, que también los hay, no, lo que nos roza, son lugares comunes, cosas cotidianas que ocurren a cada paso. Lo que marca la diferencia es nuestra actitud. Una actitud que cultivamos con Mindfulness de amabilidad y agradecimiento. La Vida está ahí, justo ahora. Podemos pasar a través de ella, sin enterarnos, esperando el próximo puente, el próximo viaje, la próxima excursión, el próximo… o elegir vivir con más atención, dejando que la piel se ablande, se permita ser rozada y/o penetrada por la Vida, sin excusas. 

Y nos dejamos transformar no para convertirnos en alguien diferente, si no, para ser más nosotras/os. Ese yo que se sabe en conexión con otros yoes y que entiende que hay otra manera de vivir la Vida, con más presencia, amabilidad y compasión.

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