¿Eres consciente de cuántas veces te quejas al día?
Y cada vez que te quejas, ¿cómo lo haces?, ¿a quién te quejas?, ¿qué pretendes obtener con tu queja?
Ya lo sé, son demasiadas preguntas pero esto es lo que tiene ser Coach y, te puedo asegurar, que son preguntas nada inocentes.
Si fuésemos conscientes de la cantidad de energía que consume la queja, es muy probable que tomáramos la decisión de quejarnos menos. Fíjate que digo tomar la decisión, o sea, que podemos elegir (como casi en todo), quejarnos o no quejarnos. Y yo no digo que no esté bien quejarse, lo que digo es que no podemos ir por la vida quejándonos por todo.
Por eso, te voy a dar 3 pautas para que cuando te quejes lo hagas bien y con estilo
Desterrando la queja improductiva
1ª pauta: Cuando te quejes, hazlo a alguien que pueda actuar sobre el motivo de tu queja.
Acabas de caer en la cuenta de que esto es muy complicado. Pues sí y no, todo dependerá de ti. Se trata de dejar de utilizar la queja por motivos múltiples y variados como tema de conversación en general. Por ejemplo, vas a comprar el pan, te encuentras con alguien conocido y en vez de hablar de algo agradable de vuestra vida o de lo bonito que está hoy el día, pues no, en vez de esto, decides quejarte de algo que te ha hecho ayer un vecino o incluso de algo que está fuera del alance de los dos, ejemplo: el gobierno, la corrupción, el tráfico, la suciedad del parque etc.
Y a lo mejor, todo eso que comentas está sucediendo de verdad, pero en vez de quejarte al vecino, amigo o conocido de turno, hazlo a los responsables que de verdad puedan poder actuar sobre ello. Si no, deja de quejarte y empieza tu día de mejor humor, porque además, aparte de consumir tu energía, lo que estás haciendo con este tipo de queja es contagiar el mal humor por tu barrio.
2ª pauta: Cuando vayas a quejarte, párate unos segundos y pregúntate: ¿qué puedo hacer yo?
Estamos tan acostumbradas a quejarnos, que muchas veces no caemos en la cuenta de que con pequeñas acciones podríamos hacer que cambiara la situación y, por lo tanto, que desapareciese el motivo de nuestra queja. La idea es darnos cuenta de que siempre tenemos más poder del que pensamos. Por ejemplo,……si resulta que me voy a quejar porque mi hija no ha recogido la habitación y voy a tener que hacerlo yo, antes de quejarme, puedo preguntarme: ¿qué puedo hacer yo? Claro, puedo recoger y casi seguro que la escena se repetirá una y otra vez. Pero también, puedo no recoger y en vez de quejarme, decirle, no voy a volver a recoger tu habitación, así que a partir de ahora de ti dependerá que se parezca a una habitación o que cada vez que quieras algo tengas que emprender la búsqueda del tesoro sin mapa orientativo.
3ª pauta: cuando te vayas a quejar, respira y pregúntate: ¿merece esto la pena?
Es cierto que una vez que emprendemos la queja, ya es muy difícil dar marcha atrás, pero, podemos no empezar. La pregunta es bien sencilla: ¿merece la pena?, ¿puedo decir otra cosa?, ¿de verdad me voy a sentir mejor?, ¿voy a solucionar algo?. De nuevo son muchas preguntas pero que de verdad merece la pena hacérselas. Y si la respuesta es sí, entonces adelante quéjate y defiende tus límites, porque casi con toda seguridad llevarás la razón.
Mindfulness, Coach emocional, Practitioner en Programación Neurolingüística (PNL), formación en Hipnosis Ericksoniana, maestría interior en Reiki, Socióloga
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