¿Para qué meditar?

Seguro que alguna vez te has hecho esta pregunta, yo al menos, sí.

Meditar, requiere tiempo, dedicación, voluntad e intención y, quizás, renunciar a alguna otra cosa que podrías hacer en ese momento. Sin embargo, muchas personas meditamos, somos muchas personas las que cada día o varias veces a la semana, o quizás en algún retiro, decidimos y elegimos entre otras muchas cosas, sentarnos en silencio a meditar.

Pero claro, también podríamos preguntarnos, qué es lo que hacemos cuando nos sentamos en silencio, o lo que es lo mismo, ¿qué es meditar? Meditar es estar contigo misma/o, es conocer con paciencia lo que la mente – corazón, piensa y siente, es también amigarse con todo lo que cree sobre ti y lo que cree sobre el mundo que te rodea: tu familia, tus amistades, el mundo… Es conocer cómo se enreda y cómo se pone ansiosa. Es también encontrarte con el aburrimiento, con el tedio, con las ganas de levantarte y enchufarte a una serie de Netflix, o comerte toda la caja de galletas.

Y sí, también es encontrarte con momentos de calma, de espaciosidad, de encuentro sereno, de conexión, de certezas, momentos de soltar…sí, te das cuenta de que puedes soltar, que está bien y no pasa nada. Meditar es estar con todo lo que hay, con la vida misma, que tienes, tal y como es momento a momento.

Si te duele el cuerpo, te encontrarás con el dolor y si te duele el alma, también te visitará. Entonces, de nuevo te hago la pregunta: ¿para qué meditar?

Hace un año, la prestigiosa revista de psiquiatría JAMA, publicó una investigación en la que comparaba los efectos del escitalopram, un medicamento utilizado en pacientes con trastornos de ansiedad, con la formación en un programa de mindfulness para la reducción de estrés. La formación en mindfulness y el aprendizaje de meditación que supone, obtuvieron una eficacia comparable a ese potente medicamento.

En la meditación, llevamos consciencia momento a momento, respiración a respiración, sensación a sensación. Esta consciencia cargada de grandes dosis de amabilidad y paciencia (que también entrenamos) supone, además, un potente recurso para conocer la mente, el cuerpo y cómo mente y cuerpo interactúan en las diferentes ocasiones que nos ofrece la vida. Y sí, solo tenemos que sentarnos y sentir la experiencia tal y como es.

Con la práctica, si es continuada, obtendremos mayores beneficios, nos encontramos en el silencio y la quietud, como en un abrazo amoroso que puede sostener todo, contemplar todo sin discriminar.

Medito para conocerme, medito para no caer en los patrones de conducta que me dañan y dañan, medito para amarme, medito para abrir espacios de libertad, o prados inmensos como nos dice Rumi, o claros en el denso bosque de la vida como en el bello poema de Martha Postlewaite.

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